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martes, 3 de junio de 2008

DESARRAIGO

Esta mañana, ante el estupor que producen noticias como la que oí, no me puedo quedar impasible. La noticia es que han abandonado por la noche a una mujer de 73 años en la puerta de una residencia, lo peor de todo, es que ha sido su propia hija. Fruto del desarraigo que impera en nuestra sociedad intento escribir algo que sirva para que reflexionemos.

Como todas las mañanas María se levanta nerviosa para poder besar y acariciar a su pequeña nievecilla y llamarla para que tome el desayuno que con tanto esmero y cariño ha preparado. Isabel, una mañana más se levanta abrazada a su abuela que la lleva hasta el cuarto de baño donde la lava y la peina, y después con el mismo amor y cariño se dirigen hasta la mesa para desayunar, donde la única conversación que tienen son el intercambio de sonrisas y las miradas brillantes que desde sus ojos, trasmiten abuela y nieta a la vez.
Ahora, las dos cogidas de la mano y a paso lento por los achaques de la edad, se encaminan al colegio que no está muy lejano, la abuela con su experiencia, sus momentos vividos, sus carencias (sobre todo la del abuelo), sus recuerdos y sus consejos. La nieta con su ilusión, con una vida por vivir, sus juegos y sus risas. Forman un tánden vital que impregna de vida aquellas calles por las que pasa.
La abuela cuando llega a casa hace la comida para toda la familia, Familia, esa palabra que a ella le dice tanto, primero crió a sus hijos, ahora cría a sus nietas, y con la misma dedicación cuida de la casa de su hija a la que quiere con todo su alma.
Nada le hacía sospechar lo que aquella misma tarde iba a pasar, tras comer toda la familia entre un silencio inusual solo roto por el juego de la Pequeña Isabel, se levantaron de la mesa y cada uno se fue a sus menesteres, el padre a dormir la siesta al igual que la niña, la abuela a la cocina para terminar el fregado, hoy se le ha vuelto a caer otro plato, y su hija no tardó en gritarle como de costumbre, pero ella termino de fregar y luego barrio los cristales que habían quedado en el suelo.
Cuando la abuela entró en la habitación sobre la cama había una maleta que la hija le había hecho, ¿Dónde iremos? Fue la pregunta que se hizo.
Amanece el día siguiente, y María, simplemente llora en la puerta de una residencia.

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